Una norma para ‘todo’ el sector

Hace unas fechas el Ministerio comunicó a las organizaciones representantes de los ganaderos e industriales del cerdo ibérico de España cuál era la configuración del documento que constituirá, una vez pasados los trámites pertinentes, la nueva Norma de Calidad del Ibérico. Dejando a un lado cómo valora cada cual dicho documento y si ha resultado rentable en términos de resultados el esfuerzo ímprobo que durante tantos meses hemos realizado, lo que está claro es que el proceso nos ha  enseñado mucho y ha dejado claro hasta dónde podemos llegar en según qué situaciones. Ha sido una guerra, dialéctica, eso sí, pero guerra al fin y al cabo. Como siempre que hay algo en juego, ocurre que hay quien tiene legítimo derecho a ello y otros que no lo tienen, pero que igualmente quieren una parte del pastel, o la tarta entera, ya puestos. Y ahora, por fortuna, las disputas ya no se dirimen en un campo de batalla ni a puñetazo limpio, sino por medio de la persuasión, de la retórica: ganará quien sea capaz de influir suficientemente en quien tiene el poder de decidir, en este caso el Ministerio de Agricultura, y de paso convencer a quienes son capaces de presionar en un sentido o en otro. Estos últimos se constituyen en lo que se conoce como opinión pública y aunque nos parezca que, a priori, un ministro es más poderoso que un ciudadano cualquiera, al final es de negocios de lo que estamos hablando, y el que compra y paga es el ciudadano/consumidor y exige saber en qué exactamente está gastando su dinero.

 Que no se usen las manos para defender la razón de cada cual no significa que el juego sea limpio. Ni muchísimo menos. De hecho, uno de los trucos es aprovechar la ignorancia, el desconocimiento o incluso el miedo de otros para ‘colar’ informaciones que no se ajustan del todo a la realidad o que, directamente, son falsas, y así llevarlos a tu terreno. Es la demagogia, algo a lo que, en el ámbito político vemos hasta normal, pero que nos cuesta más encajar en otros aspectos de nuestra vida. Es en esos otros ámbitos en los que la demagogia, como estrategia de persuasión, se convierte en fraude.

 Pero dejaremos este extremo a un lado para centrarnos en el simple baile de confusión que, a la desesperada, han protagonizado quienes en esta guerra perseguían apropiarse de lo que saben que no es suyo, incurriendo en falsedades y rozando en ocasiones el esperpento y el insulto. Nos centraremos, por tanto, en dos afirmaciones realizadas recientemente por los defensores de la postura de quienes producen blanco o cruzado en intensivo y quieren utilizar ilegítimamente la denominación de ibérico.

 La primera de ellas nos divirtió durante las Navidades y fue emitida por Iberaice a través de un medio de comunicación salmantino: “no existe una raza de ibérico puro”, rezaba el titular, y explicaba la noticia, a la que se pueden achacar muchas cosas menos la objetividad, que el ibérico puro no es una raza sino una agrupación racial y que lo único que justifica que un jamón pueda llamarse 100% ibérico es “un acto administrativo”. Como todo en esta vida, ni más ni menos. Deben estar muy contentos también los criadores de perros o los de caballos en cualquiera de sus preciadas razas, casi todas ellas surgidas del cruce de diversas estirpes muchas décadas o incluso siglos atrás. Lo que está claro es que, como argumento, fue un poco torpe, ya que estaban admitiendo, de paso, que lo que ellos crían, desde luego, ibérico no es.

 La segunda afirmación, mezcla de ruego lastimero y falso afán conciliador, también fue un regalo de Iberaice poco después. La asociación, que siempre se encarga de dejar bien claro que “representa al 95% de las empresas elaboradoras del sector del cerdo ibérico” (ese que no existe, según ellos mismos), “rechaza firmemente los intentos de imponer intereses minoritarios y privilegios económicos o políticos mediante la presión injustificable en lugar del diálogo» y que “confía en que el Ministerio de Agricultura presente una norma del ibérico apropiada para todo el sector”. Conmovedor.

 Igual el problema no ha estado en que unos ejerzan más presión que otros, o que unos sean más capaces de convencer a través del diálogo. Tal vez el problema radique, más bien, en querer mezclar las churras con las merinas. Posiblemente lo que hace falta es distinguir que “el sector”, al que Iberaice dice defender a capa y espada, no es un todo homogéneo, y dejar claro que “intereses” tenemos todos, desde el punto y hora en que, lo que estamos intentando ordenar de algún modo, es una actividad económica destinada a generar riqueza y empleo.

 Posiblemente resulte que haya un sector del ibérico, tal cual, vinculado a la dehesa, que produce los manjares más preciados del mundo, y otro sector, perfectamente válido y sin duda alguna necesario y digno, del que emanan otros productos con otras características distintas. Y esto debería haber sido claramente separado por la Norma, por la pasada y por la futura, y que cada cual compre con su dinero, libremente y sabiendo lo que compra, lo que desee y le apetezca en cada momento.

 Lo que no es justo ni digno es que quienes quieren atribuirse los méritos, el prestigio y las ventajas del otro, lo haga haciendo uso de la demagogia, la falsedad y la mala fe. Y ahí, lamentablemente, sí que está perdiendo todo el sector.

 José Luis García-Palacios Álvarez

Presidente de Asaja-Huelva y portavoz del Manifiesto en Defensa del Ibérico.

Artículo publicado en ABC

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