Cuando Huelva despierte (por José Antonio Mancheño)

Si alguna vez nos desvelásemos, por una extravagancia histórica o una explosión galáctica, descubriríamos que, habiendo estado sepultados, tantas lunas, ni Pitágoras se atrevería a contar los siglos obsoletos, perdidos en la niebla, colonizados y desahuciados a una suerte, en la que no supimos implementar nuestras capacidades naturales.

Dormidos y olvidados en una vieja fosa,si ahora despertásemos, sería un acontecimiento de tal relieve que hasta las piedras hablarían, los astros se escandalizarían y al mismo AUTOR de lo todo lo creado le costaría su Trinidad reconocerla.

La explicación interpela a la lógica. Es difícil encontrar un territorio con tantas potencialidades, riquezas y climatología, reunidas en un espacio-tiempo como el que ocupa aquel antiguo reino de Tartessos, sistemáticamente explotado por las grandes civilizaciones y posteriormente adelantado en la conquista de Nuevas Indias, la América Hispana, donde se perfiló un Mundo Nuevo y cambia- ron las leyes cartográficas, las relaciones mercantiles, la astrofísica, el lenguaje, las técnicas de laboreo mineral, la aparición de una nueva agricultura y, la visión «plana» del orbe conocido.
Todo ello se forjó en las riberas de Huelva junto al Convento de La Rábida y todo ello, como sabemos, se nos quedó en la nada.

Ni siquiera vivimos del pasado, de los hechos fantásticos, de la leyenda de Argantonio, de Gargoris y Habidis, de los restos arqueológicos que cubren nuestro suelo desde hace más de tres mil años, del oro y la plata de Tharsis, Riotinto, de los despojos de la Joya, los Gabrieles, la Zarcita, el Pozuelo o el Dolmen de Soto. De los vestigios cosmográficos realizados por marinos y pilotos huelvanos, de la «banda gallega» con sus castillos medievales, de la toma de Niebla y sus murallas o, la desaparición del Taifato de Saltis.

Ni siquiera sabemos proyectar la enorme sombra de su manto y alargar su memoria hasta reconvertirla en promoción turistica, en carta de naturaleza propia e inigualable, en fomento productivo y yacimientos de trabajo. La etnografia, con sus danzas y cantes autóctonos. La enología, con bocoyes que colmaron bodegas de las Naos. Los enormes recursos gastronómicos, donde prima el «pernil» y sus vituallas, únicas y exquisitas. La pesquería, de altura y bajura, conservas ,salazones y salsas (el mítico «garun» de las fiestas romanas). La insólita diversidad micológica, tanas, boletus, tentullos, gurumelos, níscalos y pineteles. Los grandes hitos del ayer siguen aletargados, desvaídos, en ese rastro de desidia infinita que nos corroe y nos acusa.

A día de hoy superamos la cifra de sesenta mil desempleados. Aquella «bella desconocida»,sigue ostentando su triste anonimato. Por algo será y en algo, seremos responsables.

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