El Síndrome del local vacío: cierre de empresas y paro, una espiral peligrosa

Habiendo sido testigo directo de varias crisis económica desde el año 1973, echando una vista atrás no sería osado afirmar que la que arranca en el 2007, y que ya nadie osa en negar, ha sido la más dura de todas las vividas y tiene que suponer un antes y un después, dado que las cosas no van a ser como hasta ahora. Sería bueno, por tanto, empezar a hacernos la idea de que tendremos que trabajar más y renunciar a ciertos niveles de eso que se ha dado en llamar ‘estado del bienestar’.

Obviando términos macroeconómicos de moda como deuda soberana, rescates a países,  estanflación, o demanda nacional, ya instalados en las conversaciones diarias de la mayoría de ciudadanos, lo cierto es que la situación de la economía real lo dice todo.

La radiografía más evidente de los resultados de esta crisis económica son  los cientos de locales comerciales vacíos en las calles de nuestras ciudades y de nuestros pueblos. Locales, tras de cuyo cierre, se esconde un drama que no debemos pasar por alto. Esos locales comerciales, otrora se nos presentaban como  auténticos ‘hogares’ integrados por comerciantes y empleados. Y ahora, al recorrer esas calles se nos presenta como el símbolo más evidente de la incertidumbre, del desánimo y de la desilusión.

Otra prueba de ese síndrome de los locales vacíos la palpamos cuando se ha sabido que desde enero del año 2008, el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos de la Seguridad Social ha experimentado en nuestra provincia un descenso de 2.223 afiliados, lo que supone más de un 8% de incremento. La crisis se ha cebado especialmente entre los autónomos dedicados a la agricultura, ganadería y pesca (-32,27% afiliados), a la construcción (-26,71%), al transporte (-12,68%), al comercio y a los talleres (-11,85%) y a las industrias manufactureras (-8,96%). Sueños y expectativas empresariales que se han quedado en la cuneta, junto a sus trabajadores.

El síndrome del local vacío, esconde también otra preocupante realidad cual es el de los cientos de personas que han visto disminuir sus ingresos como consecuencia de haber pasado a engrosar las listas del desempleo. Efectivamente, según los datos del Servicio Público de Empleo Estatal el número de desempleados,  a enero de 2011, fue de 57.483 personas en situación de desempleo,  6.826 personas más que el año anterior, un 13% más.

Si analizáramos el aumento del desempleo desde una perspectiva de género, observaríamos que de las cerca de siete mil personas que han engordado nuestras listas del paro en el último año, 821 son mujeres menores de veinticinco años, sufriendo el desempleo entre este colectivo un aumento interanual del 39,04%.

El último informe ‘Panorama de la Educación’, correspondiente al año 2010, refleja que los jóvenes españoles entre 25 y 29 años de edad que han salido de la universidad con un título superior, encuentran sin embargo, dificultades para encontrar un trabajo, acorde a su formación, un lujo que no nos podemos permitir ya que no evitarlo supondría un éxodo de nuestros universitarios al exterior, exportando el mejor capital humano que salga de nuestras Universidades.

Paro y cierre de empresas, una dinámica escalofriante. Mientras las empresas se vean abocadas al cierre, se seguirán incrementando los niveles de desempleo y alentando la pérdida de poder adquisitivo, la reducción del consumo, el descenso de la producción y el cierre de más empresas, en definitiva, habremos entrado en una peligrosa espiral que se retroalimenta y que es necesario parar de forma inmediata y con la mayor contundencia posible.

Efectivamente, este descomunal problema tiene que ser resuelto con el esfuerzo de todas las instancias nacionales, autonómicas y provinciales y no esperar a que la inercia del crecimiento de las principales economías mundiales nos afecte. Las empresas necesitan todo un conjunto de reformas que le permitan primero sobrevivir e inmediatamente poder salir de la crisis en las mejores condiciones posibles para competir con las de su entorno, que ya no es la tienda de la esquina, sino el comercio ubicado, por ejemplo, en Hong Kong.

Una Administración competitiva, ágil, en la que sus recursos vayan dirigidos a la inversión productiva y a la prestación con eficiencia de los servicios básicos que toda sociedad moderna precisa y donde desaparezcan esos gastos suntuarios que se ponen en marcha para mayor gloria de quienes lo proponen; la reducción de las cotizaciones sociales, para que estas no se constituyan en un impuesto al trabajo; la lucha contra la economía sumergida, que crea condiciones que permite una noble competencia y produce ingreso al fisco; la creación de líneas de financiación que eficaces, para que el dinero llegue de verdad a las empresas; el pago de las administraciones a sus proveedores en tiempos razonable y la creación de una balanza fiscal, mediante la que los empresarios puedan compensar créditos con las administraciones con los tributos a satisfacer a las mismas y evitar el cierre de numerosas empresas porque Ayuntamientos y Diputaciones no pueden hacer frente a sus compromisos económicos; la reducción del gasto público superfluo; la apuesta por inversiones en infraestructuras, que por lo que se refiere a Huelva, permitiría consolidar nuestro potencial turístico; o una auténtica reforma del mercado laboral que permita a las empresas adaptar su capital humano a la demanda del mercado sin poner en riesgo el propio futuro de la empresas, junto con una política energética coherente para que la energía no sea un factor que merme nuestra competitividad, son algunas recetas inaplazables.

¡Ah y que no se olviden los señores munícipes que han descubierto ahora las bondades de los centros comerciales abiertos que sin aparcamientos es muy difícil que aquellos prosperen! No olvidemos tampoco que esos espacios precisan de inversiones municipales en mobiliario urbano, mejoras en la  iluminación, apoyo a actividades de animación…

Tenemos que conseguir entre todos que no haya más locales vacíos y que los que hoy existen empiece a abrir, liderados por un empresariado al que de verdad hayamos hecho resurgir con mayor fuerza y optimismo, pues sólo con más y mejores empresas podremos financiar nuestro estado de bienestar.

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