La grave situación económica que vive España se ha cobrado cientos de miles de empleos y ha costado la desaparición de más de 450.000 pymes y autónomos en los últimos cuatro años. Una fuerte pérdida para el tejido empresarial de nuestro país, que ha obligado a las empresas a buscar nuevas estrategias para sobrevivir.
La internacionalización se ha revelado como una de las fórmulas más eficaces para salir adelante y crecer, afrontando el futuro con ciertas garantías. Por ello, cada vez son más las pymes que exploran sus posibilidades de desarrollo fuera de nuestras fronteras y muchas de ellas han conseguido de esta forma, no sólo superar las dificultades de un mercado interno prácticamente paralizado, sino mejorar de manera importante sus cuentas de resultados.
Son muchas las dificultades que conlleva un proceso de internacionalización -falta de tradición y experiencia en mercados exteriores, escasez de recursos financieros, insuficiencia de incentivos fiscales, falta de formación e información, etc., máxime si se trata de una pyme, cuyos recursos son siempre más limitados que los de una gran empresa. Pero prácticamente nadie pone ya en duda que la internacionalización no es sólo una oportunidad para las empresas, sino que cada vez más es una necesidad ineludible en la búsqueda de creación de riqueza y empleo.
Pero en este proceso, la competitividad es la clave. Las pymes españolas tienen que crecer, adquirir tamaño, fortaleza y eficacia, además de contar con un conjunto de normas claras, predecibles y comparables a las de los principales países de nuestro entorno, que les permitan competir en condiciones equiparables.
Y todo ello es, efectivamente, imprescindible, especialmente en las actuales circunstancias económicas. Porque la salida de la crisis sólo será posible si la pymes, que es lo mismo que decir las empresas españolas –no olvidemos que el 99 por ciento de las empresas españolas son pymes- son más competitivas, más productivas y más internacionalizadas.