Las cien lenguas (Por Javier González de Lara y Sarriá)

Vivimos una difícil época marcada por los malos presagios. Como consecuencia de la dilatada y persistente crisis, no hay día que los medios de comunicación, escritos o audiovisuales no dejen de bombardearnos con mensajes negativos que calan hasta el alma de los ciudadanos. Ya sea en un taxi, en el mercado o en la barra de un bar, el tema principal, después del último partido del siglo, es «cómo está la cosa». Que si la prima de riesgo, que si las hipotecas, que si el banco me dejó en la cuneta, que si las agencias de calificación, que si la bolsa no termina de remontar, que si la deuda soberana, que si el déficit estructural, que si el desempleo no para de crecer, que si los ajustes nos exigirán importantes sacrificios, y un largo etcétera. Información que en sobredosis, se convierte en deformación emocional y conduce a la parálisis social. Dardos a nuestra confianza y a nuestro maltrecho estado de ánimo.

Somos un país, cuanto menos curioso. Pasamos como hace varios años, de negar oficialmente desde instancias gubernamentales la referida crisis, a recrearnos en nuestra mala fortuna. Asumiendo sin hacer beneficio de inventario, los más negros presagios, dando por seguras deudas de todo tipo que heredarán supuestamente nuestros nietos. Habitualmente, la catástrofe que tanto nos preocupa, a menudo resulta ser menos horrible en la realidad, de lo que ha sido en nuestra imaginación.

Conste que el que suscribe califica la situación socioeconómica que atravesamos, compleja, extremadamente delicada y cargada de dificultades. Pero también considero que en general, hay que ocuparse más que preocuparse. «Anunciad con cien lenguas el mensaje agradable; pero dejad que las malas noticias se revelen por sí solas», en una ocasión escribió Shakespeare.

Hace algunas semanas se celebró la famosa Cumbre de Davos, donde un nutrido grupo de líderes políticos y económicos confluyeron como cada año por estas fechas en la apacible ciudad suiza de su mismo nombre. Lo sorprendente es que no se trató a priori de buscar posibles soluciones, sino de volver a diagnosticar los males que nos siguen aquejando, tras casi 5 años de recesión. La realidad es que 2.600 líderes globales se dieron cita en una nueva edición del Foro Económico Mundial, llegándose a una temible conclusión: Se acabó la utopía. El mundo es cada vez más inestable e inseguro. En su Informe Riesgos Globales 2012, se describen 50 peligros agrupados en categorías: económicos, medioambientales, sociales, geopolíticos y tecnológicos.

Nuestra vida cotidiana queda amenazada por ejemplo, con esta frase: «La sociedad de la aldea global es más vulnerable ante individuos, instituciones y naciones maliciosas con más capacidad de desatar ciberataques devastadores de manera anónima y remota». Escenario encantador.

Fuera de ese estimulante contexto, la señora Christine Lagarde, Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, especialista en terribles presagios, se empecina en vaticinar grandes males para la eurozona, corrigiendo siempre en negativo cualquier atisbo de previsión positiva. En una posición más constructiva, nuestro Ministro Montoro vuelve a pedir a Bruselas que acelere sus previsiones al alza sobre la economía española, comprometiéndose a cumplir para este año el 4,4 por ciento del déficit marcado por la Unión Europea. Ello, en base a las reformas estructurales y de consolidación fiscal que el Gobierno quiere emprender. Mensajes que en privado serían más efectivos, a buen seguro. Todo parece un gran proscenio donde los actores interpretan un papel prefijado, haciendo públicas las opiniones, los acuerdos y decisiones adoptadas en supuestas reuniones a puerta cerrada, que todavía no se han celebrado.

En este galimatías de declaraciones, mensajes, comunicados, previsiones, encuestas de valoración de líderes políticos y financieros, la realidad es que se nos está escapando el tren de la recuperación….anímica. El mejor aliado de la crisis es el pesimismo. La desconfianza es su hija mayor, en edad casadera; por cierto, en relaciones con fatalismo. Tendrán dos hijos: resignación y apatía. Y fundarán una nueva sociedad de millones de desocupados por la crisis y de millones de pre-ocupados por sobrevivir a la misma.

Creo que es el momento de decir basta. De poner en cuarentena a tanto agorero. De quebrar el abatimiento que nos atenaza. De tener criterio para priorizar entre lo necesario y lo superfluo. De poner en valor la inteligencia emocional, aún a riesgo de quemar los libros de autoayuda. De ocuparse cada uno de su parte alícuota de responsabilidad social.

Hoy en día, los discursos inspiran menos confianza que las acciones.

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